jueves, 12 de mayo de 2022

Mitos sobre la delincuencia juvenil.

Platón ya se escandalizaba de las características de la juventud que había en su época, una constante, que llega hasta nuestros días. 

Algo imprescindible en el estudio de los jóvenes adolescentes, es que no se debe estudiar como un ente individual y aislado, sino inserto en una realidad espacial y temporal, en el que se encuentra su familia y su contexto; es decir, no puede ser diagnosticado en un corte vertical de su vida, ya que tiene una realidad trasversal con un pasado y un fututo. Algo que resaltar es que los diagnósticos negativistas solo insisten en clasificar y resaltar los aspectos problemáticos, y esto verdaderamente no es efectivo, ya que en un buen diagnostico o una buena intervención, se debe pronosticar los aspectos problemáticos pero aludiendo a lo positivo, resaltando sus fortalezas y trabajando las debilidades, para llevarlo al efecto y desarrollar todas sus potencialidades. 

Por lo que en este articulo vamos a hablar de los tópicos y realidades de la adolescencia y la violencia, desde el punto de mira del Psicólogo de le la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y de los Juzgados de Menores de Madrid, Javier Urra. 


- No hay violencia juvenil. Hay violencia:

En todo caso hay más violencia latente que real y más psíquica que física. Respecto a los medios de comunicación y primordialmente a la televisión, es incuestionable que la «cascada» de actos violentos, muchas veces sexuales, difuminan la gravedad de los hechos. Nada tiene que ver el disparo indiscriminado del VII de Caballería contra los indios (o viceversa), que nosotros veíamos, con la brutal carnicería en la que hoy se deleitan. O anuncios de juguetes que dejan en la mano del niño la capacidad para decidir «la vida del otro». O peligrosos como «el niño será rubio, tendrá los ojos azules». O vídeos tan esperpénticos como muñecos diabólicos. Nos rodea un alto grado de zafiedad y mal gusto. Sin embargo, hemos de reseñar que los menores que exploramos y que están en Proceso Delincuencial, son poco consumidores de televisión, pues pasan su tiempo en los parques, billares, discotecas… En todo caso, se desplaza mucha responsabilidad a los medios de comunicación, cuando hay una «moda de inmoralidad». Debe romperse el vínculo violencia / juventud, véanse para ello los datos de las Memorias de la Fiscalía General del Estado y compárense por franjas de edad. Acontece que paradójicamente los medios de comunicación, hipertrofian lo minoritario y negativo, olvidando destacar lo genérico y positivo, como la solidaridad juvenil.

- El joven no es el emisor de violencia, es el receptor:

Piénsese en los niños maltratados, a veces físicamente, otras emocionalmente, como cuando tienen que oír «no sé para qué has nacido» o «yo te quise abortar» o «no me quites tiempo» o «no vales para nada». Los que nacen con síndrome de fetoalcohol u otras drogas, los que aprenden bajo el lema «la letra con sangre entra», los que tienen que estar en una cárcel con sus madres, los que son obligados a traficar («trapicheo») con drogas, a robar como forma de subsistencia, a prostituirse, los que trabajan, mendigan, no asisten a la escuela, porque una sociedad injusta que «no va bien» lo etiqueta como desheredado, porque hay padres que de hecho no lo son, que fracasan en la educación, o inducen al comportamiento disocial, porque han errado absolutamente al interpretar lo que significa Patria Potestad. Padres que no educan coherentemente, tampoco se coordinan con los maestros, que adoptan una posición cobarde y errónea no permitiendo que nadie recrimine a sus hijos sus malas acciones. Padres que no escuchan, que no conocen las motivaciones y preocupaciones de sus hijos, que no saben decir nada positivo de ellos, que pierden los primeros días, meses y años de sus hijos «se me ha hecho mayor sin enterarme», que creen que no se influye sobre ellos, que no educan en la autorresponsabilidad. Tenemos una sociedad profundamente injusta, económicamente fracturada que golpea con el canto de sirenas del consumo, hay jóvenes que cuando se les pregunta ¿Qué quieres ser de mayor? Contestan «rico», estos son los frutos de la denominada y padecida «cultura del pelotazo», que lo más que aporta a los jóvenes son zonas de «copas» para pasar el tiempo. Una colectividad que ha perdido en gran medida el sentimiento de trascendencia, de espiritualidad, que rehúye con pánico la soledad buscada. Son muchas las personas que quieren modificar conductas, sin inocular valores. Nos encontramos ocasionalmente, con que se ha perdido el respeto intergeneracional, que no es fácil que cuando entra una embarazada en un medio de transporte público un joven se levante para cederle el asiento. Pautas educativas esenciales, que hemos de retomar desde la razón, la palabra y la práctica, los más pequeños tienen que apreciar en sus mayores (en nosotros) ese respeto a los que nos han antecedido.

- El ser humano no nace violento, se aprende:

Existen niños que por causas sociales (anomia, cristalización de clase, etiquetaje, presión de grupo, profecía autocumplida), conforman una personalidad patológica, pero la etiología está muy lejos de ser cromosómica, lombrosiana… El estudio del genoma humano demostrará que el delincuente no nace por generación espontánea, ni por aberración genética. Y esto no está interiorizado. Cuando se detiene a un violador, mucha gente expresa: ¡No tiene cara de violador! Fracasamos (a veces) en el proceso de educación, de socialización, en el proceso por el que nace y se desarrolla la personalidad individual en relación con el medio social que le es transmitido, que conlleva la transacción con los demás. Se forma una personalidad dura que puede llegar a la deshumanización, es el etiquetado psicópata (caso de Javier Rosado –Juego del rol–). Volvamos la mirada hacia ese niño pequeño ya tirano «lo quiero aquí y ahora», «no admito órdenes de nadie…» (viaje iniciático hacia pulsiones primitivas e incontroladas).

En muchas casas al hijo se le alecciona «si un niño te pega una bofetada, tú le pegas dos». Y qué decir de esas familias que hablan mal de todo el que le rodea, que muestran vivencias negativas de las intenciones ajenas (del vecino, del jefe, de la suegra), de esos padres que al subirse al coche se transforman en depredadores insultantes, de los núcleos familiares que emiten juicios mordaces contra el distinto (por color, forma de pensar, procedencia). No se dude, generaremos intolerantes, racistas, xenófobos. Algunos educan en la estúpida y miope diferenciación (nosotros versus los otros), ya sean los españoles (en el País Vasco), los moros (en España), etc. El progreso de esta civilización ha de basarse en la solidaridad que mostremos a nuestros niños, y este siglo no ve que la tolerancia sea la característica que defina a esta sociedad. Y eso que sabemos que los conflictos adaptativos hunden sus raíces en la desestructuración del microsistema familiar, el no buscar apoyo social fuera de esta unidad, la falta de motivación y consecuente fracaso escolar, la inadaptación socioambiental y una cultura que entiende que los problemas son individuales. En gran medida educamos a nuestros niños en la violencia, contra la naturaleza, contra los seres humanos. Quemamos los bosques, contaminamos el aire, esquilmamos el mar, exterminamos otras tribus, otras ideas, otro sentir.


- Delincuencia juvenil: 

a) Ha desaparecido la banda, permanece el agrupamiento.

De la banda organizada con el objetivo de imponerse en una zona o especialidad (tirón…) con una jerarquía establecida y respetada, con un líder (recuérdese: “El Torete”), cuyo currículum dejaba constancia de que se enfrentaba a la autoridad, a lo instituido, que despreciaban el riesgo, que repartían el botín, que vivían deprisa, se ha pasado a tribus urbanas cuyo fin es el desprecio a los otros, a los distintos (léase cabezas rapadas, punkies, heavys, etc.), el triunfo ahora no es el bolso, sino ver al enemigo (recién conocido) por el suelo (como pegar al núm. 30 que sale del metro), los instrumentos utilizados, «locas» (SEAT 124), ganzúas, cizallas, han sido cambiados por cadenas, bates, puños americanos. La falta y el delito de hurto y robo, está dando paso a la agresión, la violencia gratuita e incontenida, por niños y adolescentes (cada vez más jóvenes), quienes argumentan que mediante la violencia se sienten personas y que a través del miedo de los otros confirman su propia existencia. Hay una delincuencia de tipo lúdica y de consumo, más que de miseria o carencial. Los mitos tipo «El Vaquilla» dejan el testigo a un anonimato en el que refugiarse. La delincuencia de los desheredados, de los nacidos en los olvidados rincones de las capitales, es hoy patrimonio de todas las clases sociales, del descontento con el porvenir, de la España futura. 

Estamos creando una conducta social compuesta de sumativas individuales, que no desarrolla la afabilidad social ni la vivencia profunda de sentimientos de ternura y sufrimiento –pathos–; que no facilita la responsabilización por las creencias y pensamientos que manifiestan; que no aboca a instaurar un modelo de ética para su vida –ethos–; que no provee de las habilidades sociales y cognitivas para percibir, analizar, elaborar y devolver correctamente las informaciones, estímulos y demandas que le llegan del exterior. Que no asume normas, entendidas como el conjunto de expectativas que tienen los miembros de un grupo respecto a cómo debería comportarse, claro que muchas veces no se puede atribuir a dos o más personas el calificativo de grupo, pues no hay ni estructuración, ni distribución de papeles ni interacción entre ellos. Esteban Ibarra (Coordinador del Movimiento contra la Intolerancia) y yo discrepamos, él está convencido, de que las bandas de «skins» están perfectamente estructuradas, que se marcan objetivos, que hay una ideología interiorizada. Yo creo que en algunos casos es así, pero en otros el agrupamiento se realiza en busca del padre-grupo, de sentirse fuerte, de soltar adrenalina. 

La violencia no nace de la razón, aunque acalla a ésta. La violencia del grupo se potencia de forma geométrica. Desde el anonimato, la responsabilidad se diluye. La «presión del grupo» ejerce una fuerza desbocada que hace saltar los «topes inhibitorios». El joven en estos actos se distancia de la víctima, vive el momento como «lúdico», le importan los suyos no el «objeto inerte». Existe una profunda despersonalización. Es peligrosísimo que desde el analfabetismo emocional, desde la incapacidad para sentir, se perciba que la violencia «sirve», por eso precisa, exige una respuesta inmediata, no violenta, pero sí poderosa e insalvable.

 

 

b) Hijos que agreden en el hogar:

 En los últimos años, en los Juzgados y Fiscalías de Menores hemos constatado un preocupante aumento de las denuncias a menores por malos tratos físicos (conllevan psíquicos y afectivos) a las figuras parentales (casi exclusivamente a la madre). Dichas inculpaciones son presentadas por vecinos, partes médicos de los hospitales y puntualmente por la víctima la cual cuando llega a la Fiscalía de Menores a pedir «árnica» es que ha sido totalmente desbordada y derrotada, viene con la honda sensación de haber fracasado y con un dolor insondable por denunciar a su hijo. Respecto al perfil, se trata de un menor varón de 12 a 18 años que arremete primordialmente a la madre. Adolecen hasta del intento de comprender qué piensa y siente su interlocutor «domado». Poseen escasa capacidad de introspección y autodominio «me da el punto, la vena…». Los tipos caben diferenciarse en: Hedonistas-Nihilistas (su principio es «primero yo y luego yo», utilizan la casa como hotel, entienden que la obligación de los padres es alimentarles, lavarles la ropa, dejarles vivir y subvencionarles todas sus necesidades. El no cumplimiento de sus exigencias supone el inicio de un altercado que acaba en agresión). Patológicos (bien por relación amor-odio, madre-hijo, o por dependencia de la droga, que impele al menor a robar en casa) y Violencia Aprendida (como aprendizaje vicario desde la observación, porque el padre pega a la madre o como efecto «boomerang» por haber sufrido con anterioridad el maltrato en su propio cuerpo, la incontinencia pulsional de padres sin equilibrio, ni pautas educativas coherentes y estables, cuando su edad y físico lo permiten «imponen su propia ley» como la han interiorizado.) A las penosas situaciones en que un hijo arremete a su progenitor no se llega por ser un perverso moral, ni un psicópata, sino por la ociosidad no canalizada, la demanda perentoria de dinero, la presión del grupo de iguales… pero básicamente y sine qua non, por el fracaso educativo y específicamente en la transmisión del respeto, y si no, ¿por qué en la etnia gitana no acontecen estas conductas, muy al contrario se respeta al mayor? La tiranía se convierte en hábito o costumbre, no olvidemos que la violencia engendra violencia. La situación, cuando llega a las Fiscalías y los Juzgados de Menores suele ser de tan intensa gravedad, que no cabe otra solución inicial que el internamiento como paso previo y ya aprovechado para una terapia profunda y dilatada, que incluya a las distintas figuras que componen el núcleo familiar, abordando conflictos, implementando otras habilidades de resolución de problemas, de relación, etc.

 

- Respuesta sancionadora: 

• La sanción. Respecto a la institución judicial, la Justicia de Menores avanza con paso dubitativo, porque no define si ha de ser sancionadora, rehabilitadora o protectora de quien entiende. Esta duda permanente es fiel reflejo de la dicotomía social. Ha de aprovechar el contacto con la infancia para conseguir de ésta un mayor respeto y valoración mediante la participación activa en cuanto le afecte. Y ello desde un criterio científico que atienda a todas sus circunstancias familiares, sociales y personales (historia vivida, motivaciones, intereses…). Una intervención que sea inmediata a los hechos que se le imputan y mínima dentro de las posibles, garantista, individual, basada en principios mediadores. ¿Qué ocurre con las bandas? ¿No es verdad, que es muy difícil castigar la violencia ejercida por estos individuos, porque no se aclaran responsabilidades penales? ¿Qué hacer? ¿Se castiga «solidariamente» a todos. Lo que es perverso e inadmisible, es que uno por otro, hechos terroríficos queden sin sanción, la ciudadanía se siente indefensa. 

• La rehabilitación, conlleva una respuesta individual buscando la modificación de conductas (violentas) mediante la asunción de culpabilidad, de responsabilidad, de intención de cambio, precisa una modificación cognitiva, de percepción, de «auto-localización».


- Prevención es igual a educación: 

Para combatir la violencia, no hemos de regodearnos en los congresos que analizan sus causas, sino en propiciar aspectos y ambientes sanos y enriquecedores a los más pequeños. Prevenir, educando a nuestros hijos y al cuerpo social en su capacidad para decidir, para conseguir una motivación de logro de un mundo más humano, más justo, menos agresivo con los ríos, con los bosques, con los otros pequeños hombrecitos que componemos este punto en el Universo y hemos de hacerlo desde lo que somos: poso de Cultura. Coincidiremos en que el mundo es según lo percibimos (si uno mira a los demás, éstos no existen), sin embargo, son las experiencias, los modelos en la infancia, los que condicionan la visión que tenemos del exterior. Del bagaje que ya tenemos, de los constructos personales con que contamos y de los que aprendemos se surten las nuevas conductas. Por ende más eficaz que aumentar el castigo, es la prevención de los delitos (no sólo con guardias jurados) sino mejorando en nuestros niños sus aptitudes. Vacunemos a nuestros hijos contra la violencia desde la cuna. Aquí van algunas pistas. 

• Dotemos a los hijos de seguridad y cariño constante, haciéndoles sentir miembros partícipes de una familia unida y funcionalmente correcta, escuchándoles activamente, valorando sus aspectos positivos, participando en su desarrollo. Eduquémosles en sus derechos y deberes, siendo tolerantes, soslayando el lema «dejar hacer», marcando reglas, ejerciendo control y, ocasionalmente, diciendo NO. Ambos padres, de forma coherente, se han de implicar en la formación, erradicando los castigos físicos y psíquicos, consiguiendo respeto, apoyando la autoridad de maestros y otros ciudadanos cuando en defensa de la convivencia reprendan a sus hijos. 

• Instauremos un modelo de ética, utilizando el razonamiento, la capacidad crítica y la explicitación de las consecuencias que la propia conducta tendrá para los demás. Propiciemos que el niño se sienta responsable de lo que le ocurra en su vida, evitando mecanismos defensivos. Potenciemos su autoestima, la evolución, la capacidad para ponerse en el lugar del otro. Fomentemos la voluntad, el esfuerzo, la búsqueda del conocimiento y el equilibrio, la ilusión por la vida. Acrecentemos su capacidad de diferir las gratificaciones, de tolerar frustraciones, de controlar los impulsos, de relacionarse con otros. Debemos fomentar la reflexión como contrapeso a la acción, la correcta toma de perspectiva y la deseabilidad social. En la adolescencia el apoyo también ha de ser próximo, no sólo por la influencia del grupo de referencia que puede ser benéfico o pernicioso, sino porque hay que posibilitarles afrontar con éxito la frustración, más en una etapa en que la excitación emocional es muy alta y las expectativas pueden venir cercenadas por una sociedad que no busca soluciones, que prefiere vengarse o entender la agresión como un instinto innato (Freud) o más recientemente como un Asesino Nato (Oliver Stone). Es labor de los padres hablar con sus hijos y preocuparse por ellos, de conocer su paradero, saber en cada caso, ¿Qué actividades, símbolos, tiene el hijo?, por ejemplo qué enseñas, navajas, bates de «base-ball», fanzines, etc. 

• El contexto social debería ayudar a que las familias mantengan una estructura equilibrada, reduciendo los desajustes, rechazando que los progenitores se hagan copartícipes de chantajes, se conviertan en cajeros automáticos, o, por el contrario, usen a sus hijos como arma arrojadiza contra el otro progenitor. 

• Hay que educar al educador (a quien va a educar), mediante escuelas de padres, campañas en los medios de comunicación, etc., 

• Hace falta más imaginación para educar en el ocio, eludiendo el aburrimiento, el usar y tirar, la T.V. como canguro. Ayudémosles a buscar sensaciones nuevas, incentivando la curiosidad por la tecnología y la naturaleza. 

• Hay que utilizar los medios de comunicación como correcta herramienta de socialización, propiciar la higiene mental colectiva (hábitos saludables, valores de sensibilización, utilización del mediador verbal y de la sonrisa, ponerse desde pequeño en los zapatos psicológicos del otro), humanizar las ciudades (asimilar y valorar al distinto, formar en las aulas para captar y ayudar al que sufre, ganar parques y lugares de encuentro). 

• Acabar con hipocresías del tipo que los anunciantes que sostienen el deporte sean marcas de alcohol y tabaco, que transmitamos a los jóvenes no seáis competitivos y les digamos, aprueba la selectividad, que les arenguemos con que debemos abrirnos a todos, mientras Europa cierra las fronteras a África. 

• La experiencia escolar debiera preparar a los niños para el mundo real y formarles para el acceso al trabajo, dando una respuesta individualizada y motivadora.

Impulsaremos que la escuela integre, que trabaje y dedique más tiempo a los más difíciles. La realidad terca nos enseña que muchos jóvenes fracasan desde niños en la escuela y no se incluyen en ninguna actividad formativa, por lo que «matan» el tiempo. 

• El grupo de amigos no ha de ser un padre sustitutorio, deberíamos saber quiénes lo componen y si sus intereses son los propios de su edad. 

• Hay que propiciar la justicia social erradicando el paro, dando posibilidades de trabajo a los jóvenes. • Resulta cierto que en momentos de inestabilidad económica como los que vivimos, la dotación de medios e infraestructuras en el entramado social se resiente y ello trunca expectativas, pues sin una tupida red de servicios sociales la Justicia de Menores nada puede hacer. Hemos de educar, responsabilizar gradualmente, implicar a la sociedad. No se puede ser tan fatalista como algunos menores lo son. Cualquier niño, por el hecho de serlo, es reeducable y puede trabajarse para que no reincida. 

• El cuerpo social debería aumentar su fuerza moral, acabando con el etiquetaje indiscriminado: «esos son psicópatas, producto de una aberración genética»; la hipocresía: «pobre niño», de forma genérica; «a la cárcel», cuando roban mi casette, y la atonía, al delegar el problema en el Gobierno y la policía. 

• Precisamos más cuerpos de seguridad que prevengan, (los estadios de fútbol y otras concentraciones sirven para identificar a jóvenes con actitudes y vestimentas violentas), pero no se puede subvencionar los viajes de Ultra-sur, etc., que se sienten héroes al llegar a ciudades e ir custodiados por policías. 

• Prevengamos (lo más económico), reduciendo los factores de riesgo y aumentando los de protección. Erradicar el niño-producto comercial, al que vender alcohol o usar en la mendicidad. Denunciar la violencia que esta sociedad fomenta. Insertar a los jóvenes y sus ideas en la sociedad. Impulsar los derechos del niño. Desarrollar una tupida red de recursos sociales. La vacuna contra la delincuencia infantil, es, en fin, prevención, amor y salud mental colectiva, pues como dijo Pitágoras: «Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres».




Escrito por María Urbano Blázquez.

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